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¿Es posible el pleno empleo en España?

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El pleno empleo es la obsesión social y económica de todos los gobernantes del mundo que se desenvuelven en economías de mercado. Pero, salvo contadas y efímeras ocasiones, ninguna economía ha podido sacar la bandera de la plena ocupación en las últimas décadas, especialmente en Europa. Y el futuro próximo no parece que vaya a resolver el problema, pese a que el crecimiento económico mantenga tasas abultadas durante varios años. España, que acumula los mejores registros laborales del continente europeo, no tiene aún un mercado de trabajo maduro como para asegurar que eliminará el paro.
La euforia de los últimos años ha cegado el juicio incluso de los gobernantes más sensatos, y, sin un análisis pormenorizado del mercado, han apostado a que el pleno empleo está doblando la esquina. Pero ni había plena ocupación en 1974, pese a que la tasa de paro se acercaba a cero, ni se puede cantar victoria hoy, cuando el desempleo sólo afecta al 8,5% de los activos, o al 6% de los hombres activos. En el mejor de los casos, puede hablarse de estar cerca del objetivo en determinados colectivos (hombres, cabezas de familia, personas con estudios superiores) o territorios.
En 1974, tras 15 años de crecimiento de casi dos dígitos, existía plena ocupación nominal; pero el sector agrario, muy intensivo en trabajo, ocultaba tres millones de empleos que deberían estar en la industria y los servicios. Además, se hacía abstracción de los dos millones largos de emigrantes que retornaron y engordaron las cifras de demandantes de empleo cuando la crisis energética llegó a Europa. No había, por tanto, plena ocupación real.
Pero considerar que existe hoy, o que el trecho que falta para que exista es escaso, es erróneo. Dando por bueno que una tasa de desempleo del 4% o inferior, como la de Reino Unido, debe considerarse ocupación plena, a España le queda un recorrido estático de cuatro puntos de tasa de paro, nada menos que un millón de ocupados. Pero la economía y la demografía no son estáticas. Las variables que determinan el pleno empleo se mueven cada día, hasta el punto de que, como decía un responsable de la política laboral, 'la plena ocupación es una diana móvil', que está condicionada por la población activa y la ocupada. Si la primera se mueve al alza, la segunda debe hacerlo más rápido para alcanzarla.
En España hay ahora sólo cuatro provincias que dispongan de una tasa de paro que ronde el 4%, cota residual que incluso en las economía más liberales consideran compatible con la plena actividad y ocupación. El objetivo estaría logrado si la sociedad considerase sólo el empleo masculino, en cuya hipótesis casi 20 provincias (una de cada dos) podían cantar victoria. Pero el aserto no resiste a la luz del paro femenino: se acerca al 12% en todo el país, y ni una sola provincia se aproxima al nivel crítico del 4%. Queda, por tanto, mucho que pedalear.
El recorrido disponible del número de activos y la inmigración dan margen de crecimiento a la ocupación
Pero el desfase con ese paraíso que supone el fin del paro, que aparece como la primera preocupación de los españoles en las encuestas del CIS, es más considerable si tenemos en cuenta que uno de los primeros síntomas de inmadurez del mercado de trabajo es la limitada tasa de actividad, tanto de hombres como de mujeres. Hasta hace muy pocos años sorprendía que menos del 50% de los españoles de más de 16 años estuviesen dispuestos a trabajar, pese a lo cual se registraban tasas reales de paro sonrojantes. Pero incluso ahora los activos no llegan al 59%, tras aumentar casi 10 puntos en los años transcurridos de este siglo. La tendencia natural del mercado es el afloramiento paulatino de los activos hasta los niveles europeos, lo que ofrece un notable recorrido a la ocupación, y aleja en paralelo la diana el pleno empleo. Cierto es que el mejor estímulo para elevar la actividad es la generación de puestos de trabajo.
Un tercer elemento variable que convierte en quimera la plena ocupación es la inmigración. La oferta de empleo estimula la actividad, pero tanto la nativa como la importada, hasta el punto de que en España el mercado ha absorbido con inexplicable rapidez la entrada de cinco millones de extranjeros, a los que casi por completo ha proporcionado trabajo.
Además de las variables lógicas que elevan lentamente el techo de la plena ocupación, existen características particulares del mercado español que constituyen resistencias hacia la plena ocupabilidad de la fuerza laboral. Las hay que carácter formativo y cultural, pero las hay también de naturaleza normativa, especialmente las que tejen el sistema de protección por desempleo, que la doctrina considera, en toda Europa, como un mecanismo que desincentiva la búsqueda activa de trabajo. En la práctica cambian artificialmente el umbral del pleno empleo, y elevan la tasa compatible de paro residual a cotas cercanas al 7%.
Unas y otras cruzan su influencia en los colectivos de parados y arrojan un balance de dos millones de personas que aparecen sistemáticamente como reserva, y que siempre rotan entre empleo y paro remunerado, sin lograr romper el círculo. Pese a que España tiene más de 20 millones de personas trabajando, dos millones aparecen en las listas de demandantes de paro de las oficinas públicas, y declaran no haber trabajado ni una hora a cambio de remuneración en la última semana.
Hay un millón de personas con nula o poca ocupabilidad, o disposición de habilidades para el trabajo que los intermediarios le ofrecen; 700.000 de ellas son mujeres, y más de 600.000 tienen más de 45 años. Esta nula o escasa ocupabilidad es sin duda el mayor obstáculo para incorporarlas al mercado. De hecho, más de 550.000 de estas personas perdieron su último empleo hace más de 12 meses. No obstante, este colectivo en España es de los más modestos de Europa.
De los dos millones de parados, 1,4 millones dispone de algún tipo de prestación económica, ocho de cada diez desempleados. Pero en algunas provincias la cobertura del desempleo remunerado es plena, y en nueve de ellas supera el 90%. Es discutible si la protección desincentiva la búsqueda de empleo en un país donde la sustitución media del seguro de paro es de casi 1.000 euros al mes, y el sueldo de poco más de 1.700. Pero es posible en los casos en los que remuneración y prestación se aproximen, circunstancia que ocurre entre colectivos con subempleo en los sectores con sueldos más modestos.
El sistema de protección desincentiva la búsqueda de trabajo y sube artificialmente la tasa de paro residual
Además de corregir la sobreprotección del seguro y subsidio de desempleo, España precisa un modelo productivo con más sesgo hacia las manufacturas y la tecnología por sus efectos multiplicadores sobre el empleo, sin perder pujanza en los servicios. Para ello es preciso un nuevo impulso de atracción de inversión, con herramientas fiscales, tal como han hecho los países más dinámicos de Europa.
No conviene, en todo caso, obsesionarse con la conquista del empleo absoluto. Porque los economistas recuerdan que cuando la tasa de paro se acerca a valores tan exigentes se convierte en generador de inflación, puesto que la escasez de mano de obra tensiona al alza el coste del factor trabajo. Teoría, pero llena de lógica.

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